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jueves, 19 de enero de 2012

La muerte

 LA MUERTE ENSEÑA A AMAR


Había caído la tarde. La oscuridad comenzaba su reinado adornada entre la luna y aquellas coronas de luces que se embellecían al resbalar desde las estrellas milenarias. Como todas las miles que, durante su más que dilatada vida, habían transcurrido sin sentir,   Yotal entró ciego en esta nueva noche pero ignorante de que ella sería diferente y lo marcaría.  Esta vez sería ella la que, por vez primera,  entraría en su ser y este  se convertiría en alguien y en algo  absolutamente nuevo, conocería y sabría lo que es el comienzo de la luz, esa luz sin la que no se puede comprender al amor, aunque sirva para la carne y el querer.    A la salida  del edificio en que se velaba a la muerte  sintió que un alma diferente, llena de una vida desconocida para él, se había introducido y  recorría su cuerpo. Siempre había rehuido esas visitas y era notorio que no obstante no verlo en esas salas, jamás su alma dejaba de elevarse hacia Dios en demanda de piedad, - a él y según Corintios I, 13, le gustaba más decir en súplica de caridad -, para los seres que cumplían su destino. ¿Quién había cumplido su destino para que Yotal quebrara su costumbre? ¿Acaso fue el destino marcado desde los cielos?  ¿Cómo había influido en él de manera que la luz de la entrada no le iluminaba y tan solo parece que sentía la oscuridad de la ciudad de las tumbas, cercana apenas bajados unos escalones? Era otro diferente del que entró acompañado por dos personas, total y absolutamente diferente, había nacido allá donde se resguarda a la muerte.  Se le notaba y sin embargo tendría que sentir como ese cambio lo iba madurando, como ese cambio le haría disfrutar, como a pesar de ser inalcanzable lo que en otros tiempos hubiera deseado,  hoy percibía un nuevo regalo de ese Dios que en pocos años lo había zarandeado para llevarlo junto a El, para que viera y sintiera una nueva verdad de la vida. ¿Qué le ocurrió a Yotal aquella noche, medio tarde? Dejémoslo llegar a su casa, descansar y sigámoslo en su cambio, que él mismo nos lo vaya narrando. Muchos cambios, muchos caminos había tenido en su ya larga vida, pero este lo superaba a todos.
El regreso a la ciudad pasó sin apenas apercibirse de las calles, de las luces, de aquellos que simplemente desarrollaban la normalidad de la vida. ¿Dónde vivía él en aquellas horas? ¿En que lugar se centraba su pensamiento? Simplemente se sorprendió, como aquél que abre los ojos en mitad de la noche y ha de percatarse donde está, cuando escuchó que le decían, ya hemos llegado. Los hasta mañana de rigor y lo más que lógico en él, yo no, yo no asistiré al funeral. Demasiado sorprendente era su actitud en ese breve tiempo. De las pocas sensaciones que pensaba que no había conocido era una la de los efectos de la droga y ese momento creía que estaba bañado en ella. ¿Droga? No, no podía ser, era plenamente consciente de una extraña felicidad que, sí era verdad, que jamás había soñado. Recordó la sonrisa de un recién nacido, esa alegría era a lo único que podía comparar sus sentimientos. ¿Acaso no había entrado en su ser el recién nacido amor que jamás conoció?  No conocía nada de esa especie de nueva vida que le había sido regalada en esa noche. ¿Quién era él? ¿Quién era la portadora de su bautismo en la vida? ¿Sufriría? ¿Gozaría? ¿Qué le aguardaba? 

AL-MUTÁMID