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domingo, 23 de octubre de 2011

DAMAAZUL


         Media la tarde en tiempos de carnestolendas,  en año en que los fríos de este invierno contienden y sucumben ante la tibia templanza de una adelantada primavera. Intenta surgir el sol entre agonizantes nubes en gris oscuro con flecos de vapor blanco. Nubes emigrantes que tal vez caminen para hacer las Américas. Sopla el tiempo sobre los árboles, pero encuentra resistencia en las ramas ya cubiertas de hojas y ayer desnudas, a su merced. Está en mi rincón y yo frente a ella, está en mi sitio. ¿Pero hay un sitio que sea mío? Está en mi sillón y contempla el mismo panorama que yo podía ver o tal vez mirar. ¿Es el mismo panorama? Más bien es el mismo entorno. Distinto según quien lo ve o lo mira. Las mismas y diferentes piedras en una misma situación generan variados sentimientos. Parece que no ve, que no mira, solo piensa. El exterior más sea cual adorno en que encuadrarla.
         Copa alta teñida de néctar de Rioja. Centro de flores envuelto en papel p       latina azul tornasolado de verde, tal vez al contrario, verde tornasolado de azul y con lagunas medio blancas. La curiosidad me conduce     a imaginarme cómo lo tomará, en su elegancia para llevárselo. ¿Tal vez lo deje? No, sería de mínimo gusto abandonarlo. Un salero en el conjunto de la mesa. Plato que sostiene un cuchillo y un tenedor. Desde la distancian parecen restos de jamón. Desde cerca, cuando recupero el sitio que ella abandona, veo que era tomate escrupulosamente pelado. Comprendo el destino del salado. Cajetilla de tabaco rubio. Cuartilla de papel y bolígrafo de plata ennegrecida. Bolso blanco en rectángulo y en juego con zapatos. Sobre una silla portafolios negro, acaso silla bajo portafolios negro. Enciende un cigarro y después otro. Jamás pude imaginar encontrarme frente a la auténtica encarnación de la  delectación del placer de fumar. Permanece frente a mí. Pausadísimos los movimientos  del cigarro hasta su boca, más que elegantes. Lento el abrazo de sus labios en el anillo de su beso en la boquilla. Inspira, se deleita en el aroma. No mira, simplemente goza y se aísla. Brota el humo acariciando cada célula de su boca, de sus labios, de sus manos. Todo su ser participa de esa liturgia. Gafas cubren sus ojos. No sé cómo tapa con cristales esos ojos que asemejan cuerpos de mariposas negras. Estelas alargadas hacia atrás, antifaces de belleza, sellos de más elegantes maneras en el arte femenino. Baja las gafas y me deleito en la visión.
         Camisa de encaje blanco bajo traje azul verdoso, tal vez verdoso azul. Reflejos de la luna disfrazada en las horas de su hermano sol. Elegancia natural en cada movimiento. En cada mirada, que no me mira. En cada momento que demuestra que vive en la serenidad de su estilo. De nuevo, otro día, está ahí, en su rincón, que es mi rincón. ¿Volverá? ¿Acaso existe? Tal vez sea un simple jirón, una voluta emanada de mi desordenada añoranza. Te abro la puerta. Te has ido. ¿Acaso volveré a verte, Dama Azul? No sé si tan siquiera existes. Bucearé en mi añoranza por ver si entre sus rincones yo te encuentro.
AL-MUTÁMID

AD TE

       Entre el Monasterio y los límites de la ciudad, de la medina, aún perduran los almendros, aquellos almendros que ordenó plantar Ab-Darramán para que Azahara no sintiera nostalgia de las cumbres de su tierra cubiertas de la nieve en el invierno. ¿Pero esos almendros era para ti o eran para Rumaykiyya, para Itimad? ¿Eres Azahara o eres Itimad? Soy AbDarramán o el poeta y rey Al-Mutámid que, también fue Rey de la Cordoba eterna?
            Ahí, ahí están, no se han ido, Ab-Darramán y Azahara, ahí está también la bella Wallada, en sus manos de color andalusí tiene aún su arqueta, su joyero de marfil labrado. Hoy, tal vez, en ese joyero esté esperándome la más bella de las alhajas de los tiempos, la memoria, el amor de Azahara. Es el mismo marfil, los mismos grabados con que se cubrieron de marfil las puertas del Salón Rico, de aquél salón en que cada costado tenía ocho puertas con arcos de ébano y marfil. ¡Qué lejos te llevaron los depredadores incultos y salvajes. Arqueta de Wallada!  ¡Qué frío has de tener en aquellas tierras, ásperas, secas, inhóspitas, incultas del Monasterio cisterciense de Santa María la Real, en Fitero, en Navarra!
            ¿Pero qué estoy haciendo? ¿Pero qué locura es esta? ¡Locura? Una vez más siento esa llamada. ¿La de escribir? Una vez más siento que los tiempos, los personajes, entran en mi corazón. ¿O acaso es que mi corazón ya nació ocupado por ellos? ¿Acaso eligieron mi corazón como su nuevo palacio?  …¿No habré sido Ab-Darramán o tal vez Al-Mutámid? ¿Quién fui, quién soy? ¿Para sufrir tanto si lo supiera? ¿Para conocer ahora lo que hicieron los bárbaros con nosotros? ¡No… para volver a demostrar que nada destruyeron. Ya hubo otra ocasión, cuando ya hace algunos años fue Selene la que bajó hacia mí para enseñarme aquella Córdoba desde lo más alto de la bóveda celeste que  la cubre. Y hoy, de nuevo, parece que usan el llamador de la puerta de mi corazón para que la entreabra, parece que de nuevo quieren salir. He de dejarlos salir y hablar y sentir de aquella Córdoba.

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            Quieren que se abran, de par en par, las puertas de cedro de mi corazón, como el cedro del Líbano de Salomón.  El Califa Ab-Darramán al-Nazir, Príncipe de los Creyentes quiere bajar las gradas de mármol de tu corazón para mostrarse de nuevo. ¿Se lo negarás? ¿Serás tan ruin de negárselo? Los criados ponen su manto, ¿Rojo o turquesa? Turquesa. Turquesa sobre sus hombros… cae la tarde. Adoro las turquesas y las turquesas te adoran a ti, Azahara, porque para ti las hizo el Misericordioso.
Cae la tarde y sé que esta noche no es como aquella. Esta tarde, aunque sea de rememorar recuerdos, nos da el camino de la vida. Esta tarde abre la noche en que de nuevo paseará AZAHARA DE MI MANO, POR SU CORDOBA, esta no es la noche de siglos presidida por la incultura, por la rapiña. Esta tarde prologa este mensaje que he recibido. Sí, Azahara, me darás la vida que los siglos en la tumba me han quitado,  te obedeceré, me enseñarás tu Córdoba… y escribirás. Seré tu voz, ya que no puedo ser tus labios ni tu lengua, seré tu corazón y sentiré tus labios y tu lengua como nunca los sentí. . De nuevo, ahora, las generaciones conocerán el esplendor, que tú les contarás, la cultura que quieren seguir pisando, ignorando, humillando… Tu fuego será el mío; tu amor será mi amor y tú lo sembrarás. .
Sí, Azahara, acepto el reto, hablaré de ti. Verán como el amor, la cultura, la tolerancia y la belleza forman parte de ti, de tu cultura, de tu tierra, de nosotros, de nuestra culturas, de nuestra tierra, de nuestras vidas. Sí, Azahara, ¿No la ves en lontananza, sobre el alminar de la Gran Mezquita? Sí, Azahara es mi color, es el color blanco de los Omeyas y el verde
que lo guarda. Blanca tarde… toda blanca. Estaba predestinada la tarde, por eso visto de blanco. Mientras el verde es color de la llamada a Asamblea, es la Córdoba eterna que convoca a sus hijos por entre los siglos, para que vean, divina Azahara.  Para que te presenten la pleitesía de su amor.
¿Y rechazarás la llamada de Córdoba a sus hijos, a sus raíces que te piden que lances su mensaje? El mensaje de orgullo de su cultura que quiere que les transmitas. Sí, Azahara, de nuevo, de nuevo oirás ese rumor que es el único que no ha cesado, ese rumor que no pudieron acallar,  el rumor, la música del Guadal-Kivir, del Río Grande. Siempre el agua en nuestra cultura, siempre el agua… a pesar de los pesares el agua es nuestra vida frente a la aridez de los invasores que huyen de ella por pecaminosa.
Y desde allí, cabe al puente de Roma, sentiremos como la voluble Selene, eterna reina de la noche, arroja sobre nosotros el más bello rayo de su plácida luz. Esa luz que, purificada en las fuentes del patio de abluciones, entra por los arcos de la Mezquita y se refleja en sus mármoles para explotar en reflejo del paraíso en las paredes y cúpula del Mihrab.
            Han pasado los meses y estos agrupados en años se han convertido en siglos, siglos de muerte en los que, aunque estando uno al lado del otro, nada hemos sentido, salvo la esperanza de sentirnos, allá en las juntas tumbas de Agmat  y al fin hemos recibido la señal del Clemente. ¡Córdoba os aguarda en la continuidad de los tiempos! Y Seguro estoy que, a pasar el puente que llaman romano, ¿Lo recuerdas?, nos esperará una placa de ese mármol tan blanco cual el azahar y el jazmín en el que leeremos aquello de ¡”Oh excelso muro, oh torres coronadas de honor de majestad de gallardía…”! Sentimientos de un hijo de esta tierra que, siglos después de nosotros, supo sufrir y cantar el dolor de la ausencia.

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Baroja